Inapreciable

Desde este gastado grifo que gotea, nace un caudal inapreciable que escapa por esa mínima grieta del lavabo de la sacristía.
Continúa el exiguo hilillo de agua colándose por vericuetos imposibles, entre baldosines y vigas, resbala por el pan de oro del retablo hasta gotear con precisión sobre la corona solar.
Desde allí, fluye lentamente hacia unos ojos dolientes, aparentando una suerte de lágrimas que se deslizan mejilla abajo por el rostro de madera.
Todo esto será insignificante hasta que escuchemos en la iglesia el grito febril del primero de los fieles. Que caerá de rodillas,
al ver el milagro.


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