Rose

Rose observa por la ventana de la cocina el jeep militar al comienzo de la calle. Tiene las manos crispadas, inmóviles bajo el grifo abierto. El oficial sale del vehículo, mira los números y comienza a bajar la calle, con el paso lento de quienes hacen una tarea que les disgusta. Rose sabe qué significa un oficial trayendo noticias a casa en tiempo de guerra. El hombre pasa de largo otras vidas y se acerca al final de la calle. Es ella o Susan, su reflejo en la ventana de enfrente, también suplicando que la muerte llame a otra puerta.

el cortejo

El periodista pensaba que el escritor era un oportunista sobrevalorado. El escritor, que el periodista era un pipiolo vanidoso, más empeñado en construir frases lapidarias que en escribir reseñas coherentes. El escritor necesitaba urgentemente aparecer en un artículo interesante. El periodista tenía un ultimátum de su revista. Se encontraron, por tanto, con la mejor de las voluntades. El cortejo entre los dos egos fue complicado, tenso y artificioso, estirado a unas copas tardías, medianas confidencias y guerrilla de ingenios. Al cerrar el último bar, el escritor opinaba que el periodista era gilipollas. El periodista, que había entrevistado a un imbécil.

el funcionario

Años atrás, el funcionario se vio en medio del fuego cruzado de dos directores que disputaban su entonces prometedora capacidad de trabajo. Repentinamente uno fue ascendido y el otro jubilado. El resultado para el funcionario fue una ausencia casi total de tareas. Se acostumbró entonces a quejarse del interminable (y ficticio) trabajo pendiente para evitar nuevas obligaciones y pasaba su jornada feliz, sin trabajar una hora.
Ahora tiene delante a un joven listo y ansioso, recién asignado a su cargo, para echarle una mano. El funcionario le mira. Es un ser de otro mundo que viene a llevarse su calma.

el vampiro

El vampiro inició un recuento de creencias erróneas sobre su especie. Entraba habitualmente en iglesias y llevaba al cuello un crucifijo. Le gustaba el ajo, carecía de colmillos agudos, los espejos respondían a su imagen. El sol era simplemente molesto para su piel albina. Entraba en cualquier casa sin ser invitado y nunca se había podido transformar en animales, mucho menos en niebla. Su inmortalidad nunca había sido probada debido a una vida sedentaria y estaba aun dentro en la esperanza de vida humana. Quedaba el ansia de sangre.
¿Y si solo era – se horrorizó – un simple demente?

Patricio

Como en su segunda juventud Patricio se había estado beneficiando a la esposa del director de la Academia, no fue hasta la muerte de éste que le concedieron el merecido premio por su obra.
De pie junto al atril, estaba a pocos segundos de vengar esta terrible espera con un discurso tan hostil e inflamado que el verdadero reto era averiguar cuánto tardarían en hacerle bajar. Miró al respetable y sintió dudas. Tomó aire y lentamente fue poseído por ese espíritu inane que a veces transforma la voluntad de aquellos que son reconocidos.
– Queridos amigos, es un honor recibir

el jugador

Ojos verdes, piernas largas, falda corta. Su sonrisa es como un detonador.
Siente la presencia a su lado, como una promesa en voz baja. Manos perfectas, uñas brillantes rozan suavemente su codo. Sus labios parpadean, hay un gesto con los ojos que no es un guiño, es un pequeño signo de exclamación, el chasqueo de un arma cargada. El jugador se da cuenta de que no ha dejado de mirarla y ahora todos le observan a él. Se vuelve. Agita la mano, lanza los dados por última vez y asume que, pase lo que pase, esta noche va a perder.

El villano

El villano yace inmóvil. Es mediodía y siente un denso aburrimiento. Se incorpora en la inmensa cama, descubre las sábanas de seda y mira al acuario donde hacen ronda tres tiburones.
Le molesta reconocer que se equivocó, pero es la verdad. Debió dejarle escapar, in extremis, como en ocasiones anteriores. Ahora ha perdido a su archienemigo, al héroe que daba sentido a aquellos planes grandilocuentes, al único que siempre encontraba, afortunadamente, el modo de desbaratar sus locuras colosales.
Ahora ya no es un villano. Solo es un viejo rico mirando a sus tiburones, esos idiotas que resultaron ser demasiado voraces.

el móvil

Arturo está entusiasmado con su nuevo móvil. Sube y baja por los menús, explora todas las opciones, hasta que encuentra las plantillas preescritas de mensajes de texto.
“Llegaré tarde»
“La reunión se ha cancelado”
“Te espero en”
“Feliz Cumpleaños”
“Muchas gracias»
“Solo era una aventura”
“Quiero el dinero en”
“Comprueba que no te siguen”
“Ya te lo advertí”
“Te estamos vigilando”
“Deshazte de todo”
“Coge el bolso del dinero y ven a”
“Me siguen”
“Estoy acorralado en”
“Trae munición”
“Me tienen”
“Promete que cuidarás de”
Arturo frunce el ceño. Es la última vez que compra un móvil de segunda mano.

el número

Hola. Perdona que te llame tan tarde. Quería comprobar que tengo bien tu número. Por asegurarme. Creí haber tomado mal el número. No te dije nada antes porque me dio un poco de vergüenza. Hacía tiempo que no hablábamos y me pareció que si te decía de nuevo que repitieses el número, ibas a pensar que soy idiota. Pero en el camino a casa pensé que soy tonto, que podemos ser buenos amigos y que lo mejor es ir de frente y si no estaba seguro, lo mejor era llamarte.
¿Estabas despierto? Lo siento. A mí me cuesta mucho dormir.

el caos

Frenos, un grito, un derrape, vueltas de campana, cristales que estallan, el coche se escora y patina y encuentra un vacío donde antes hubo suelo y salta y atraviesa las vallas como si fueran papel y rueda colina abajo. El armazón dispara fragmentos al aire: metálica piel muerta que se desprende del cuerpo que gira. Impacta contra un árbol que cruje y desvía su rumbo y se estrella en el lecho seco de un río. Allí se detiene el testimonio final de escombros bañados en sangre. Luego humo y silencio.
Así escriben los dioses del caos sus cartas de amor.